LAS PERFIDIAS DEL CAPITAL FINANCIERO

Robert Kurz

SUMARIO

1ª Parte: publicado en STREIFZÜGE 3/2003, Noviembre de 2003.

LIMITES INTERNOS DE LA ACUMULACION, CRÍTICA REDUCIORA DEL CAPITALISMO Y SÍNDROME ANTISEMITA

- El concepto de capital financiero

- Preconceptos populares, mistificaciones pequeño-burguesas y antisemitismo

- El capital financiero y el marxismo tradicional

- Trabajo, crédito y crisis

- Funciones del Capital, crédito estatal y pequeña burguesía secundaria

2ª Parte: A publicar en STREIFZÜGE 1/2004 (el 01.04.2004) -aún no traducido-.

- La catástrofe del nacional-socialismo y la capacidad de aprender del marxismo tradicional

- La crisis de la tercera revolución industrial y el nuevo capital financiero

- Sujeto general del valor y el pequeño-aburguesamiento virtual

- La degradación ideológica de la izquierda radical

Cuando el teórico social-demócrata Rudolf Hilferding publicó en 1910 su obra principal El capital financiero, no era él mismo consciente de las perfidias de este término. Para él no se trataba de una crítica ideológica, sino sólo de un análisis del proceso capitalista de la reproducción bajo las (en ese tiempo) nuevas circunstancias. En el centro de la investigación estaba el papel del llamado capital que rinde intereses o de la "superestructura del crédito" (Marx).

Como es sabido, al lado del capital industrial y comercial está el capital de crédito (descrito por Marx particularmente en el 3º Libro de El Capital).

Todo capital es en primer lugar capital dinero, o sea, dinero no gastado en el consumo, sino "invertido" de forma capitalista. La forma de estas inversiones es sin embargo diferente. El capital industrial y comercial (también en las empresas de servicios) se invierte en fuerza de trabajo, edificios, máquinas, etc. para valorizarse a través de la producción o distribución de bienes. La utilización de fuerza de trabajo añade plusvalía al capital dinero original y ésta se realiza con la venta de los productos en el mercado. El capital de crédito por su parte es un capital dinero, que no se valoriza por la producción de bienes, sino que se presta al "precio" del interés.

Se trata realmente solo de una forma derivada de la plusvalía, porque los intereses (y naturalmente el reembolso) del capital dinero prestado solo pueden ser recibidos si la instancia que toma el crédito, generalmente un capital industrial o comercial, coloca ese dinero en la producción capitalista material de mercancías y ésta se realiza en el mercado. Eso solo significa que el capital productivo tiene que repartirse con el capital de crédito o capital que rinde intereses, los "despojos", o sea, la plusvalía. La plusvalía se divide en ganancia del empresario e intereses, con lo cual los intereses no son finalmente más que una parte retirada de la ganancia del empresario.

El concepto de capital financiero

Uno de los resultados de la investigación de Hilferding era que ahora el papel del capital de crédito, en el curso del desarrollo capitalista, aumentaba cada vez más. Eso se puede explicar por el hecho de que, con la cientificación y la tecnificación progresivas de la producción, los costos previos necesarios se vuelven cada vez más elevados, en forma de investigación, desarrollo, maquinaria etc., o sea, un puesto de trabajo rentable se vuelve cada vez más caro para el capital. Eso lleva a que, por un lado, el capital individual es sustituido cada vez más por sociedades anónimas; en el siglo XIX paradigmáticamente con la construcción de los ferrocarriles. Muchos accionistas invierten conjuntamente su dinero de modo que los costos previos puedan ser pagados; pero ellos no pasan de ser meros accionistas, ya que la dirección real de la empresa se entrega a una gestión contratada. Por otro lado, estas grandes sociedades, sobre la base de su solvencia, pueden tomar también cantidades de crédito substancialmente mayores que los capitales individuales y así en consecuencia aumentan la fuerza de la producción.

El capital de crédito, que no consiste en la parte de capital dinero propio puesto de lado y no utilizado como capital productivo sino en las economías de la toda la sociedad, mientras tanto se concentra en el sistema bancario. Lógicamente, con la creciente importancia del crédito, también crece la importancia de los bancos. En la misma medida en que el capital productivo (esto es, el que extrae realmente plusvalía) se socializa cada vez más a través de las acciones y se vuelve dependiente del crédito, los bancos pierden su anterior papel pasivo como proveedores de dinero y participan ellos mismos activamente en la dirección del capital productivo, o como propietarios del capital en acciones, o como controladores del crédito masivamente concedido.

El capital dinero administrado por los bancos asume así un doble carácter: para los propietarios de los depósitos bancarios, de los recursos etc. "se mantiene siempre en forma de dinero, que es empleado en forma de capital dinero que produce intereses" (Hilferding, El capital financiero, Editorial EVA, 1974, Pág. 309). Sin embargo, como las inversiones de los bancos ya no son administradas pasivamente, sino realmente invertidas en la esfera de la producción bajo control de los bancos, en realidad "la mayor parte... del capital empleado por los bancos se transforma en capital industrial productivo... situada en el proceso de producción" (Hilferding, ob. cit.). Es "capital a las órdenes de los bancos y utilizado en la industria" (ob. cit.). A este capital bancario, con el doble carácter de capital que produce intereses (para los depositarios) y de capital productivo (bajo el control de los bancos) Hilferding le llama capital financiero.

Preconceptos populares, mistificaciones pequeño-burguesas y anti-semitismo

Con la importancia creciente del crédito y de los bancos, nace una "crítica del capitalismo" pequeño-burguesa específica que por si misma se fijó en el capital-dinero que produce intereses y puede retomar otra más antigua abominación contra el "cobro de intereses" anclada en la mayoría de las grandes religiones (en el cristianismo, así como en el judaísmo y en el islam). Marx observó que en el "preconcepto popular" el capital que produce intereses es considerado como un capital real, porque aparentemente le es inherente la cualidad mística de crear más dinero a partir del dinero (en economía política cada receta regular es también considerada como el "interés" de un capital dinero, así en principio no se distingue entre tipos diferentes de rendimiento y de formas de capital). En aquella pretendida expresión "crítica" aparece el capitalismo como una simple organización de usureros prestadores de dinero, que explotan a la parte de la humanidad que produce.

Si el capital que produce intereses no fuera más que eso, como más o menos pensaba Proudhon, entonces ya no habría capitalismo. Él quería introducir un "dinero-trabajo" que no podía cambiarse ni colocarse para dar intereses. También a posteriori y hasta hoy día, la siempre repetida utopía del dinero de Silvio Gesell está en la misma línea: Gesell queria introducir una "moneda reducible", que perdiese constantemente valor, si no era gastada, dentro de un determinado período, en medios de producción o consumo. Así se impediría la acumulación del dinero y su transformación en capital que produce intereses.

Esta ideología pone patas arriba las circunstancias reales. El capital que produce intereses no es un capital auténtico, sino solamente una subfunción secundaria, derivada del capital. Empréstitos de dinero y crisis de endeudamiento ya ocurrieron en la antigüedad, pero solamente en los márgenes de una reproducción agraria no basada substancialmente, de ningún modo, en el dinero. El modo moderno capitalista de producción no nació del capital que produce intereses, sino del hambre de dinero de la máquina militar proto-moderna ("la economía política de las armas de fuego"), que con el objeto de financiar la producción de cañones, la organización de los ejércitos etc. monetarizó los tributos feudales y, a través de la violencia de la colonización interna y externa (plantaciones basadas en el trabajo esclavo, casas de detención y de trabajo, manufacturas nacionales etc.), transformó la población en "material" de "trabajo abstracto" (Marx) para la valorización del dinero. La lógica de esta máquina "productiva" de dinero, finalmente emancipada del objetivo original, debía "privatizarse" y transformarse en un contexto sistémico, como nosotros hoy le conocemos e interiorizamos.

El sistema de valorización del dinero contiene el imperativo del crecimiento incesante. El fin original en sí mismo (cada vez más dinero para la insaciable máquina de la "revolución militar" proto-moderna) se transformó en la auto-finalidad sistémica abstracta de hacer más dinero del dinero, a través del proceso de valorización económica empresarial. La reproducción física y cultural de la sociedad es solamente un apéndice de este proceso de fin en sí mismo. Debe crecer cada vez más la cantidad de bienes (que, siendo el contenido indiferente, se vuelven cada vez más destructivos, y la producción original de cañones ya fue un punto de partida destructivo), de acuerdo no con las necesidades, sino solo en la medida en que "representa" la auto-finalidad de la valorización del dinero.

En consecuencia, dado que cada estadio alcanzado de la producción capitalista solo constituye un punto de partida para un crecimiento adicional, la reproducción capitalista a escala constantemente aumentada debe mover una masa total siempre mayor. Siendo suficiente, por ejemplo, a un nivel todavía relativamente bajo, la producción de, digamos, mil frigoríficos (o de cualquier otra mercancía), para alcanzar un crecimiento de un uno por ciento, en un punto de partida más elevado será entonces necesaria la producción de diez mil, cien mil, un millón de frigoríficos para alcanzar el mismo crecimiento porcentual.

Lo que se aplica al conjunto de la sociedad aparece también en el plano de la economía empresarial, como el hecho de que los costos previos crecientes, cada vez se pueden cubrir menos solo con las ganancias recibidas, ya que exigen que se recurra cada vez más al dinero de los ahorros. Por tanto el caso no es que el capital que produce beneficios venga de fuera como un vampiro pura y simplemente a chupar la base productiva, sino exactamente lo contrario, sin el sistema de crédito se pararía la producción capitalista siempre creciente.

Esta relación aparece a la inversa en la perspectiva de una producción secundaria reducida pequeño-burguesa, que procura mantenerse en el mercado total (que no representa otra cosa que la esfera de realización del capital, en la que la plusvalía precisa reconvertirse en forma de dinero). En el siglo XIX había todavía una pequeña burguesía clásica de procedencia artesanal, que sería progresivamente apartada por las grandes empresas capitalistas; pero siempre se conservaron formas de pequeña producción secundaria reducida en determinados lugares y surgirán otras nuevas (servicios de toda clase, gastronomía incluyendo puestos de salchichas, pequeñas empresas de software…)

Las pequeñas empresas tienen normalmente tan poco capital que en general deben endeudarse ampliamente para poder producir. Después del pago de los intereses y de las amortizaciones poco sobra para el propio lucro. En este medio es fácil tener el sentimiento de que ya casi "solo se trabaja para los bancos". Se omite que no se podría haber comenzado sin los bancos o se habría sucumbido en el mercado muy rápidamente. La idea de que podría haber una rápida prosperidad del "trabajo productivo" honesto sin el "vampiresco" capital que produce intereses es pura ideología basada en la mentalidad de pequeña empresa. No es por casualidad que las utopías pequeño-burguesas del dinero, al modo de Proudhon o de Gesell, tienen en cuenta solamente las empresas familiares artesanales, la pequeña producción secundaria de servicios, etc.; en cuanto a la gran producción socializada capitalísticamente y sus agregados infra-estructurales están fuera del horizonte de este anti-capitalismo reducido lleno de resentimiento.

Esta ideología contrariada solo contra el capital que produce intereses en vez de contra el modo de producción capitalista estuvo desde el inicio atravesada por el moderno anti-semitismo. El anti-judaísmo religiosamente motivado de la llamada edad media cristiana se había trasformado con el desarrollo de la monetarización de la reproducción social durante la proto-moderna "economía política de las armas de fuego" y el inicio del sistema moderno de producción de mercancías.

Aunque la prohibición de los intereses también existiese en la religión judía, los judíos en la edad media se vieron obligados a realizar actividades en la (marginal) esfera de la circulación, en algunos casos también como prestamistas de dinero, forzados por la estigmatizante exclusión de los oficios ligados a la producción. Sufrieron por tanto una doble discriminación, ya que además fueron demonizados como negros explotadores y usureros, por causa de este modo de vida al que se vieron obligados.

En la tremenda primera ola represiva de la monetarización histórica (a saber, de la instalación del principio de la valorización) esta imputación pudo ser instrumentalizada en provecho de la construcción ideológica. Lutero no fue solo un propagandista de las matanzas de campesinos, también creó el anti-semitismo moderno, con referencia expresa al capital que produce intereses. La filosofía iluminista, fue la heredera del protestantismo y también, en cierta medida, adoptó el sentimiento anti-semita en su base. Con la ayuda de las teorías seudo-científicas del racismo, nació una "teoría del capitalismo" irracional muy divulgada entre la inteligentsia del siglo XIX; la mayoría de los socialistas utópicos del inicio del siglo XIX y más tarde gente como Proudhon (y también Bakunin) ya eran abiertamente anti-semitas. Y este síndrome anti-semita, ligado a la falsa reducción del concepto de capital al capital que produce intereses, echaba sus raíces sociales en primer lugar justamente entre los estamentos pequeño-burgueses de la época. En este contexto se crearían y condensarían los clichés anti-semitas hasta hoy vigentes: anonimato del mercado mundial como "conspiración judía", dominio secreto de la sociedad, de los medios de comunicación, etc. a través de los "colosos financieros judíos" ("Rothschild"), socavación del sentimiento nacional por la "intelectualidad judía sin raíces", etc.

El capital financiero y el marxismo tradicional

Marx criticó demoledoramente la "teoría del capitalismo" reductora y puso a Proudhon en ridículo. El movimiento obrero marxista se desmarcó claramente de la ideología pequeño-burguesa y de su malversación de la noción del capital. El objeto de la crítica era el propio capital productivo socialmente concentrado a nivel alto y por tanto el modo de producción capitalista como tal. Y esto con base a la experiencia de los obreros industriales, que comprendían perfectamente que la lógica capitalista, que tenían que soportar en sus vidas, era la del propio proceso de valorización productivo y no la de un vampiresco poder exterior del capital que produce intereses.

En todo caso también la crítica al capitalismo del marxismo del movimiento obrero era reductora, aunque de un modo diferente de la pequeño-burguesa. Contrariamente, en el centro de la teoría marxista, las formas sociales del principio de la valorización (trabajo abstracto, forma del valor, "economía empresarial", forma del dinero como forma general de la reproducción, mediación del mercado, regulación estatal, etc.) serían comprendidas sobre todo como fundamentos ontológicos supra-históricos de la socialización y no como cosas a superar. La crítica no se volvió realmente contra la lógica del fin en sí mismo del sistema ya interiorizada en sus formas, sino (en este aspecto muy a la manera de la crítica pequeño-burguesa) contra el grupo sociológicamente determinado ("clase") de los beneficiarios y representantes. No era el capital, como forma de reproducción "objetivada", sino los capitalistas, como portadores de la voluntad social de explotación subjetivamente comprendida, que parecían ser el mal. Pero, contrariamente a la ideología pequeño-burguesa, los propios dueños de las fábricas del capital productivo serían considerados como tal, siendo los dueños del capital que produce intereses solo una fracción periférica de la "clase capitalista".

Lo que el movimiento obrero llamó socialismo en realidad no era más que una idea de "capitalismo organizado" sin capitalistas, comprendido como propietario jurídico del capital productivo. Los obreros industriales aspiraban por un lado al reconocimiento jurídico, como sujetos integrales autónomos del proceso de valorización (derecho de voto, derecho a sindicarse, legislación laboral, estatuto de empresa, etc.); por otro lado, la "plusvalía obtenida" debía o bien ser distribuida con justicia entre los trabajadores (según Lasalle), o bien administrada con justicia por los representantes de la "clase obrera" llegados al poder del estado (según los marxistas del movimiento obrero). Era exactamente lo que Marx siempre calificó de "ilusión jurídica", o sea, la noción ideológica de que la lógica de la valorización del capital ontologizada e intacta como tal, en su contexto de la forma y no de su carácter destructivo de fin en sí mismo, podría ser transformada en una sociedad diferente, de algún modo redefinida como amiga de la humanidad, a través de una simple mutación de las relaciones de propiedad jurídicas y de las relaciones políticas de poder a favor del trabajador.

A la falsa ontología del marxismo del movimiento obrero pertenece también la pretendida natural abstracción del "trabajo", es decir "el trabajo abstracto", según Marx la sustancia del capital. Pero la consecuente ética "protestante" del trabajo del marxismo tradicional todavía se diferenciaba de la ética paternalista de los pequeño- burgueses, empresas familiares, dueños de hospedajes, artesanos, pequeños comerciantes, etc. Era la ética del trabajo más "objetivada" y abstracta, en el contexto de grandes estructuras y procesos funcionales cientificados y mucho más agrupados. Como resultado es cierto que surgió el impulso primario contra los "rendimientos sin trabajo" ("fuera los perezosos"), tal como entre los pequeño burgueses; pero también dirigido contra los propietarios jurídicos de los medios de producción objetivamente socializados, y no solo contra los "tiburones del dinero" del capital que produce intereses, en este contexto con una relación completamente diferente hacia el papel creciente del crédito.

Es cierto que también Engels les hizo coro en su tiempo con el Anti-Duhring, en el falso ataque a los "cortadores de cupones" del capital por acciones, y en el lenguaje de agitación el marxismo del movimiento obrero se juntó muchas veces de forma preocupante con el griterío pequeño-burgués contra los bancos, los magnates de las finanzas, etc.; pero en el fondo, había al final una relación totalmente diferente con el papel de la "superestructura del crédito". Por otro lado fue incluso atacado el papel pretendidamente subjetivo de la propiedad jurídica; la propia expansión del sistema de crédito en todo caso y contrariamente a la "teoría del capitalismo" pequeño burguesa no se presentaba como la causa de todo mal, sino por el contrario como función de progreso y socialización. Invocando a Marx y apoyándose en su análisis del desarrollo del capital financiero, Hilferding creyó poder constatar: "El capital financiero expresa su tendencia hacia el establecimiento del control social sobre la producción. Hay sin embargo una socialización en forma de antagonismo; el dominio sobre la producción social la pone en manos de una oligarquia. La lucha por despojar a esta oligarquía constituye la última fase de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. La función socializante del capital financiero facilitaría extraordinariamente la superación del capitalismo. Después de que el capital financiero tuviera el control de las principales ramas de la producción, estando la sociedad dominada por su órgano de ejecución consciente, al estado conquistado por el proletariado le bastará apoderarse del capital financiero para conseguir disponer inmediatamente de las principales ramas de la producción." (Hilferding, ob. cit. , Pág. 503).

Hilferding habla aquí en nombre del marxismo del movimiento obrero en su conjunto (aunque haya habido diferencias en lo que concierne a la toma del poder proletario y al concepto de estado). La consecuencia formal en cuanto a lo que respeta al capital financiero es en todo caso diametralmente opuesta a la de los pequeño-burgueses; como el objeto de la crítica es el capital financiero y no solamente el capital que produce intereses, se trata de llevar más lejos el efecto socializante del capital financiero y contar con el "control obrero", en vez de imaginar una sociedad de pequeñas empresas libres de la "servidumbre de los intereses". Pero este programa del marxismo del movimiento obrero introdujo, aunque todavía limitada, la ilusión jurídica y la ontología capitalista del sistema productor de mercancías. Por lo menos el anti-semitismo no podía hacer carrera en el movimiento obrero clásico, a pesar de ciertos avances periféricos en este sentido (como la influencia temporal del anti-semita Duhring). Aparecía como un típico desvío pequeño-burgués, que en todo caso sería completamente subestimado. Se creía que esa manía se evaporaría con los estamentos pequeño-burgueses en creciente socialización y "proletarización" en el gran capitalismo.

Trabajo, crédito y crisis

Sin embargo, esta previsión optimista se revelaría sin fundamentos. Hilferding, en perfecto acuerdo con las ilusiones jurídicas del marxismo del movimiento obrero, consideró el problema del capital financiero solo en las categorías del poder de disposición y de influencia político-económica de los grupos sociales ("clases", fracciones del capital): "La dependencia de la industria en relación con los bancos... es consecuencia del régimen de propiedad" (ob. cit. Pág. 309). El problema de la crisis aparece solo como de importancia subordinada. Es cierto que Hilferding describe el mecanismo de la superacumulación recurriendo a Marx, sin embargo solo en el terreno de los ciclos coyunturales: sobreinversión en la prosperidad, surgimiento de sobrecapacidades, aumentadas también a través de las burbujas financieras de la especulación con acciones y del "capital fictício" desarrollado a partir de ahí (Hilferding designa por ejemplo como "lucro del promotor" la crisis que seguió a la revolución industrial alemana posterior a 1871), hasta producirse una contracción en la depresión, que revienta la burbuja financiera, y así serán anuladas las sobrecapacidades y podrá empezar un nuevo ciclo con una base más amplia.

Hilferding en todo caso quería ver una tendencia al debilitamiento de las crisis, gracias a la creciente importancia del capital financiero. Afirmaba que el capital financiero, como "desarrollo del poder de los bancos sobre la industria", actuaba en el sentido de "dificultar el surgimiento de crisis bancarias" (ob. cit. Pág. 397). Al mismo tiempo, sucede que "la concentración creciente volvió a las empresas industriales más resistentes a los efectos de la crisis o de la bancarrota completa. Esta resistencia aumenta con las formas de organización de las sociedades anónimas, que simultáneamente...aumenta extraordinariamente la influencia de los bancos sobre la industria" (ob. cit. Pág.. 397). Incluso el peligro de las burbujas financieras sería cada vez menor: "Con el creciente poder de los bancos, los movimientos especulativos están cada vez más controlados por ellos... con la importancia de la bolsa desciende aún más rápidamente su papel como causa de la agravación de la crisis... la psicosis de masas, como las que producía la especulación al comienzo de la era capitalista, esos felices tiempos en que cada especulador se sentía un dios que de la nada hacía un mundo, parece que fueron y ya no volverán" (ob. cit. Pág. 398).

Esta fue sin embargo una previsión gravemente errónea. La ingenua teoría de Hilferding de la domesticación de las crisis a través de la mega-socialización financiero-capitalista de los consorcios bancarios e industriales se basaba naturalmente en el reduccionismo político-jurídico del mundo de las ideas del marxismo del movimiento obrero. Sobre todo si la "transformación socialista" se realizara de forma altamente organizada en el plano del trabajo abstracto, de la forma general del dinero, de la "producción planificada de mercancías", etc. a través del control político del "partido obrero" sobre el poder socializador del capital financiero avanzado, lo que menos haría falta sería una teoría en la que el capital financiero apareciese como síntoma del agravamiento de la crisis en vez de síntoma de su dominio. Hilferding prefirió tomar sus deseos por realidad.

El marxismo del movimiento obrero tampoco era nada bueno en la teoría de la crisis. Esto se explica fácilmente, si se ponen el concepto y las funciones del capital financiero en relación con el desarrollo del trabajo abstracto, que es una sustancia del capital, derivándose de esta relación la teoría de la crisis. El valor económico del producto, que contiene la plusvalía como fin en sí mismo del capital, según Marx no es más que un quantum fetichizado del trabajo abstracto. Sin embargo, el desarrollo de las fuerzas productivas obtenido por la presión de la competencia disminuye constantemente la cantidad de trabajo por producto. O sea, cada producto representa cada vez menos valor y por consiguiente cada vez menos plusvalía (a pesar de las posibles modificaciones internas en la relación entre valor de los costos de producción y plusvalía).

Resulta así que no solo el proceso de valorización debe producir y realizar en el mercado una masa cada vez mayor de productos sobre la base de la plusvalía ya lograda, sino que este problema aún se agrava más por el hecho de que por otro lado una masa dada de productos solo puede representar cada vez menos valor, o plusvalía, de la que esa masa depende en exclusiva en sentido capitalista. Basta con proyectar históricamente un crecimiento constante sobre una base de valor inalterada para evidenciar su imposibilidad lógica, como fue repetidamente demostrado. Pero postular por un crecimiento constante con el valor de los productos constantemente reducido hasta una dosis homeopática, entonces es de locos. Como consecuencia última y absurda todo el universo estaría abarrotado de mercancías, solo por amor a la plusvalía, a pesar de que estas mercancías se vuelvan "cada vez más sin valor" desde el punto de vista puramente económico.

Por encima de todos los ciclos coyunturales se produce un proceso secular de desvalorización, a través del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas. De ahí que exista una dimensión más profunda de la crisis más allá de las simples fluctuaciones cíclicas. Detrás de la superacumulación cíclica se esconde la superacumulación estructural, a través de la que se alcanzan los límites internos objetivos del modo de producción. La creciente importancia estructural de la superestructura del crédito financiero es la forma de reacción del sistema frente al proceso real de desvalorización que avanza poco a poco. El crédito a gran escala no significa más que la anticipación del valor o de la plusvalía aún no producida, que es dejada para un futuro cada vez más lejano. Es la capitalización de las expectativas. Este proceso culmina en burbujas financieras cada vez mayores, esencialmente a través del aumento especulativo del valor de las acciones (es decir, del precio de los simples títulos de propiedad) y del "capital financiero" (Marx) a él asociado. El reverso del proceso de desvalorización secular es la falta de poder de compra social, para realizar el valor, es decir, la plusvalía (ficticia, grandes solo como expectativas futuras). Por consiguiente, en el siglo XX se empezó a hacer la "capitalización del futuro" en forma de crédito privado al consumo.

De forma creciente inversión y consumo ya no son financiados como procesos de producción reales, pasados, sino como procesos ficticios, futuros. Este proceso puede prolongarse, mientras continúe a un nivel suficiente la producción real de valor, para que por lo menos se mantenga la luz encendida. Esto puede aparecer temporalmente como absorción de la crisis, en el sentido antes mencionado de Hilferding, porque el ciclo real es financiero-capitalisticamente financiado al principio. Sin embargo, en una dimensión más profunda, no para de producirse un enorme agravamiento de la crisis. De un soplo se rompe la frágil corriente financiero-capitalista entre pasado y futuro. Hilferding no podía ni quería ver esta relación, igual que el conjunto del marxismo del movimiento obrero, porque tal constatación habría desencadenado una crisis de identidad ideológica. Porque el proceso secular de desvalorización de las mercancías es idéntico a una correspondiente desvalorización de la fuerza de y en definitiva a volverse obsoleto el trabajo abstracto. De este modo, junto con las formas básicas del sistema productor de mercancías, se pone en cuestión la sagrada ontología del trabajo; y esto sería inadmisible.

La ingenua concepción de Hilferding de la mediación financiero-capitalista de las crisis sería puesta en ridículo de la forma más cruel pasadas dos décadas de la publicación de su obra. En flagrante contradicción con sus previsiones, a finales de los años veinte, se formó la hasta entonces mayor burbuja financiera de todos los tiempos, que dio lugar a quiebras bancarias sin precedentes, a enormes bancarrotas y a una devastadora crisis económica mundial. Pero también desde otro punto de vista fallaron las previsiones del marxismo tradicional. Lejos de disminuir poco a poco, el anti-semitismo inundó progresivamente el mundo entero en esa época de crisis y en Alemania se convirtió en doctrina de estado para el asesinato en masa. ¿Cómo fue posible esto?

Funciones del capital, crédito del Estado y pequeña burguesía secundaria.

El proceso secular de desvalorización, que culminó provisionalmente en la crisis económica mundial, había conducido a reagrupamientos sociales también desde el punto de vista sociológico. En la misma medida en que el desarrollo de las fuerzas productivas vaciaba los productos de la sustancia del valor, tenía que ser también inevitablemente minada la posición social del "proletariado único creador de valor" y del respectivo concepto. No solo porque deberían haberse producido otros momentos de creación de valor (como fue afirmado cada vez más en las teorías afirmativas del valor incluso de Habermas), sino también porque la forma fetichista del valor se volvía obsoleta junto con su sustancia de trabajo, por lo tanto la propia "creación de valor" comenzó a convertirse en una empresa de fin en sí misma y sin sentido. Sin duda aumentaba cada vez más a escala mundial el proletariado industrial creador de plusvalía y luego aumentaba la sustancia del valor, pero ahora ya no sucede en la medida necesaria para el crecimiento, que tiene que alimentarse en gran parte de la anticipación de la sustancia de valor futuro, a través del crédito y del "capital ficticio". En este contexto se expandieron, ya en la primera mitad del siglo XX, categorías sociales del capital hasta entonces marginales, que ya no se dejaban encuadrar en el hasta ahí vigente "esquema de las clases".

En el siglo XIX el mundo de las clases y de la lucha de clases (como cobertura irreflexiva del sistema productor de mercancías y del trabajo abstracto) aún estaba en cierta medida en orden: los propietarios del capital y sus funcionarios se enfrentaban a la clase obrera, creadora de valor o sea de plusvalía, y a la pequeña burguesía clásica con medios de producción propios que aún deambulaba como tercera categoría, pero ya parecía estar en decadencia. Y el estado era el "estado de clase de la burguesía" – una concepción sociológicamente reductora, que naturalmente retrocedió más allá de los inacabados comienzos de la teoría marxista del estado, cuando el estado era considerado como "comunidad abstracta": por tanto como la forma política común de todos los sujetos del trabajo abstracto y del valor, como por otro lado el dinero es la forma común económica.

El simple tejido de la teoría social del marxismo del movimiento obrero sufriría desafíos en el siglo XX. El desarrollo de las fuerzas productivas, la desvalorización secular, el ascenso del capital financiero, y los procesos de socialización ligados a todo esto, promueven categorías masivas de actividades dependientes del salario, que ya no son (o solo son en pequeña medida) creadoras de plusvalía, y antes eran alimentadas por el capital financiero.

Por otro lado, las funciones del capital fueron cada vez más socializadas en el contexto de las grandes sociedades anónimas; no solo la gestión contratada, sino también una multiplicidad de funciones que en su origen habían sido ejercidas por el mismo "sujeto capitalista". Ya Marx hablaba de los "oficiales y subalternos del capital", pero se trataba entonces todavía de funciones de dirección y control, sin carácter de masas. Ahora sin embargo, para mantener la imagen, se forman también a gran escala "simples soldados" de las funciones del capital, particularmente en los desarrollados aparatos de las grandes sociedades anónimas: formalmente dependientes del salario, como los "trabajadores productivos", pero que no crean plusvalía o lo hacen dificilmente, que anteriormente eran costos generales o "faux frais" (Marx) de la producción altamente socializada, y por lo tanto en princípio debían ser financiados con la plusvalía, o sea, deben pesar sobre el beneficio en vez de contribuir a él. Pero es una razón de más para la expansión del capital financiero y para la formación del "capital ficticio", a fin de transferir al máximo hacia futuro estos costos.

Por otro lado, el grado de concentración capitalista cada vez más elevado exigió, a semejanza de la socialización de las funciones del capital, también una expansión de las funciones del estado. La creciente administración de las personas bajo todos los puntos de vista, por ejemplo el nacimiento de una administración social y del trabajo extendida en el ámbito nacional, la necesidad de extensas infraestructuras en forma de servicios públicos, la industrialización del aparato militar, etc., no solo aumentarán cada vez más la cuota del estado en el producto social escaso en valor, sino que también producirán paralelamente con las multitudes de ejércitos de funcionarios del capital dependientes del salario, idénticas multitudes de ejércitos de funcionarios del estado dependientes del salario pero que tampoco crean plusvalía. Así como el financiamiento de los primeros en principio tiene que ser retirado de la plusvalía, también el financiamiento de los últimos en principio está hecho con el cobro de impuestos (retirados de los intereses y salarios). De hecho, sin embargo, el estado se vio obligado luego a financiar pronto su aparato en expansión a través del endeudamiento, igualmente por medio del capital financiero, por tanto a través de la cada vez mayor anticipación de sus recetas fiscales futuras. De acuerdo con Marx, se trata de "capital ficticio" per se; una vez que el crédito es tomado por el estado su utilización no fluye hacia las empresas de capital productivo, sino solamente se usa para el consumo estatal, improductivo desde el punto de vista capitalista.

La transformación de las categorías sociales en el contexto de la creciente socialización capitalista era perfectamente percibida por el marxismo del movimiento obrero, por ejemplo en la conocida polémica de Bernstein a finales del siglo XIX, por lo tanto algunos años antes de aparecer la obra de Hilferding sobre el capital financiero. Pero precisamente para la teoría reductora del capitalismo el problema se presentaba solo como sociológico y político, de clase o de organización: giraba solo en torno al grado de pertenencia de la llamada "nueva clase media" a la clase obrera por la forma de dependencia del salario y se discutían en este contexto diversas concepciones político-sociológicas de alianzas; el resultado fue el nunca acabar de una terriblemente aburrida literatura marxista tradicional sobre este tema.

Así y todo, se siguió sin reflexionar en absoluto sobre el aspecto crucial de la teoría de la crisis y sus consecuencias para una transformación socialista. Así como el proceso secular de desvalorización ya había sido ocultado, también en el desarrollo de la "nueva clase media" no debía hablarse de la quema anunciada del pathos de la "creación del valor". Bajo las nuevas condiciones y en constante desarrollo en esta dirección, ya no podía ponerse en cuestión la "justa" distribución o administración socialista de la "plusvalía", más bien se anunciaban sobre todo los límites internos del "modo de producción basado en el valor" (Marx). Así como el "trabajador productivo" del proletariado clásico creador de plusvalía en el plano material tenía que fabricar cada vez más productos destructivos en vez de bienes útiles y necesarios, también el trabajo de esta nueva clase media salario-dependiente, en gran medida improductiva desde el punto de vista capitalista, se refería en gran parte única y exclusivamente a la manutención del sistema, y sus funciones eran por tanto simplemente superfluas desde el punto de vista de una sociedad post-capitalista. Al final, el marxismo positivista del trabajo y de la plusvalía estaba históricamente destrozado; pero los marxistas del movimiento obrero se dejarían antes cortar la lengua que admitir tal situación.

Asimismo tampoco fue esclarecida la dimensión ideológica de los cambios en la estructura social capitalista. Estas "nuevas capas intermedias" también podían ser calificadas como una especie de pequeña burguesía secundaria; siendo la calidad pequeño-burguesa, no en el sentido de pequeños propietarios de los medios de producción, sino en el sentido del funcionariado público clásico, ahora todavía en una de las formas de masificación salario-dependiente de las funciones del capital y del estado, a través del proceso de la socialización negativa capitalista. Porque el marxismo del movimiento obrero en todas sus fracciones no sabía dar un esclarecimiento suficiente ni formular el correspondiente programa de transformación social emancipadora, sino que permanecía fijado en su modo de interpretación según la moda del siglo XIX que se había vuelto obsoleta; las capas sociales ligadas al desarrollo del capital financiero se convirtieron en un bloque promotor de la ideología pequeño-burguesa modificada del siglo XIX.

Con la expansión del crédito para el consumo y las consiguientes crisis individuales de deuda, la motivación del viejo sentimiento pequeño-burgués contra el capital que produce intereses puede extenderse hasta la clase obrera del capital productivo; en todo caso, era todavía un fenómeno marginal en la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, la misma motivación se extendió con más fuerza entre las capas de la pequeña burguesía secundaria. Hay que señalar que ya no se trata del endeudamiento de núcleos familiares, sino más bien de sentir vagamente como amenaza la dependencia estructural de la propia existencia en relación con la superestructura socializada del crédito del capital financiero. Con ello, la respectiva ideología consumó la inversión de causa y efecto, como en la clásica ideología pequeño-burguesa del siglo XIX: el capital que rinde beneficios, sin cuya expansión ya hace mucho que se habrían revelado manifestamente los límites internos de la socialización capitalista y el carácter obsoleto de la mayoría de las funciones del capital y del estado, fue presentado como la razón de los sufrimientos y de las crisis en la forma de capital, y su propia actividad funcional, improductiva desde el punto de vista capitalista, fue cubierta con el mismo ethos del trabajo abstracto, como en el caso del trabajo productivo del proletariado industrial.

No se podía omitir que el antisemitismo, siempre estrechamente asociado al sentimiento reduccionista contra el capital que produce intereses, pasó por un florecimiento insospechado, en vez de adormecerse progresivamente. Al lado del marxismo del movimiento obrero, que ya entonces reaccionaba desamparada y regresivamente al proceso de desarrollo capitalista, se expandieron los movimientos de masas "nacional-socialistas" impregnados de anti-semitismo. Esta ideología inundó la sociedad en la crisis económica mundial y se apoderó también de gran parte de la masa de trabajadores industriales desempleados, desarraigados del proceso de producción creador de plusvalía. Que el nacional-socialismo hubiera podido tomar el poder en Alemania y llevar la ideología anti-semita hasta el holocausto, se debió a una historia específicamente alemana; pero constituyó un fenómeno capitalista general, alcanzando mayor eficacia social en cuanto a la reducción (ahora proporcional al aumento de agregados sociales) de la "teoría del capitalismo" al capital financeiro, con los respectivos desarrollos anti-semitas.

Original alemán Die Tücken des Finanzkapitals http://www.exit-online.org

Traducción al portugués de Boaventura Antunes

http://obeco-online.org/

Traducción al español: Contracorriente

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