LA RUPTURA ONTOLÓGICA
Antes del comienzo de otra historia mundial
El debate sobre la globalización parece haber llegado a un estado de extinción. La causa de ello no es, sin embargo, el hecho de que el proceso social subyacente se haya agotado, sólo está en su comienzo. Son las ideas resultantes de la interpretación las que han perdido el aliento antes de la hora. La corporación de economistas y politólogos ha escrito profusas bibliotecas sobre la explosión de las fronteras económicas nacionales provocada por la globalización del capital y la consiguiente dilución del campo de acción del Estado nacional y de la regulación política. Pero las consecuencias de esta constatación se dejaron de lado. Cuanto más nítidamente
el análisis demuestra que nación y política se han vuelto obsoletos, tanto más atávico se revela el discurso político y teórico sobre los conceptos de política y nación.
El dilema parece consistir en el hecho de que no hay alternativas inmanentes a estos conceptos, porque estas alternativas representan las condiciones básicas de la ontología moderna. Es decir, representan sus propias categorías. Si se entiende que la ontología no se determina antropológica o transhistóricamente, sino históricamente, entonces un determinado campo histórico se define a través de los conceptos ontológicos o categorías de sociabilidad en términos marxistas: una forma de sociedad o un modo de vida y producción. El sistema moderno de producción de mercancías consiste en una ontología histórica de este tipo.
Dentro de este campo existen a menudo alternativas y discusiones que siempre se mueven en las mismas categorías históricas y ontológicas. La crítica y la superación de estas categorías parecen impensables. Así, es incluso posible criticar una política y sustituirla por otra; pero dentro de la ontología moderna es imposible criticar la política en sí misma y poner en su lugar otro modo de regulación social. No se ha creado ningún concepto para ello aún. Sólo el contenido respectivo está disponible, pero no la forma categorial o el modo de todo el contenido. Lo mismo ocurre con las categorías de nación, estado, ley, trabajo, dinero y mercado, y también con las relaciones individuales, de sujeto y de género (masculinidad y feminidad
social). A menudo, a estas formas categoriales se les pueden atribuir diferentes especificidades de contenido; sin embargo, la categoría en sí o el modo social correspondiente nunca está situado para sustitución.
Los métodos y recursos de que dispone la moderna ciencia social no permiten aprehender la constatación analítica de que el proceso de globalización hace que la nación y la política devengan obsoletas. No se trata más -como hasta ahora- de la sustitución de un contenido que se vuelve obsoleto por un nuevo contenido en la misma forma social -como la superación del poderío mundial ejercido por Estados Unidos hacia un nuevo bloque de poder euroasiático o la política económica neoliberal por el retorno al paradigma keynesiano. Más que eso, la globalización cuestiona el modo político y la forma nacional en sí mismos.
Con ello, el análisis corriente afirma más de lo que sabe; involuntariamente, toca, de forma general, el límite de la ontología moderna mediante la visión de la pérdida de la capacidad de regulación del Estado nacional y de la política. Si una categoría cae, todas las demás deben caer como fichas de dominó; pues la formación histórica del sistema moderno de producción de mercancías sólo puede existir como un contexto categorial, en el cual una condición básica presupone otra y las diversas categorías se determinan mutuamente.
Tampoco se trata de que la pérdida de competencia de la política deje la economía sin soportes o permita que transcurra sin control; por el contrario, la política se constituye en el medio de regulación del sistema moderno de producción de mercancías, que no puede funcionar económicamente sin ello. Incluso la globalización, que arrolla, con fuerzas exteriores e interiores, los límites nacionales y derruye la política como forma de regulación, está condicionada, a su vez, por el hecho de que el "trabajo abstracto" (Marx), como forma de la actividad humana productiva y generadora de valor y de la plusvalía, es gradualmente sustituido por el capital material. La consiguiente "desvalorización del valor" requiere e impone la gestión hacia la racionalización transnacional de la producción. En la misma medida en que el capital material, operacionalizado científicamente, sustituye al trabajo, el capital es "de-substancializado" y la "valorización del valor" (Marx) llega a límites históricos; la "desvalorización" de nación y política es tan sólo una consecuencia de este proceso. Pero, una vez diluida la estructura categorial de las formas de producción, reproducción y regulación, se tornan obsoletas también las formas de la individualidad, del sujeto y de su determinación androcéntrica de género.
Lo que parece ser en un primer momento una crisis particular de la política y de sus límites nacionales es en realidad una crisis de la ontología moderna. Una tal crisis categorial exige como respuesta una crítica categorial. Pero para eso no hay representación ni concepto. Hasta el presente, toda crítica era inmanente en sus categorías, se refería sólo a contenidos determinados, y no a formas y modos ontológicos del sistema moderno de producción de mercancías. De ahí la parálisis actual del pensamiento teórico y de la acción práctica. La administración planetaria de la crisis ontológica no puede poner fin a la dilución en barbarie de la sociedad mundial definida en los términos capitalistas. Al contrario, ella misma se convierte en parte de esta barbarie.
Sería necesario una ruptura ontológica, contra la que el discurso global, por supuesto, se resiste, incluso el de la izquierda radical. En su lugar predominan ideas regresivas que quisieran invertir el movimiento de la rueda de la historia para evitar esa casi inconcebible ruptura ontológica. Mientras que las líneas duras de la administración de la crisis quieren suprimir a la mayoría de la humanidad de su propia condición de vida, la mayoría de los críticos de la globalización se esconde idealmente en el pasado analizándola apenas superficialmente: regresan a los paradigmas keynesianos de nación, política y regulación, que se han vuelto reaccionarios, o se distancian aún más en los ideales de una sociedad agraria transfigurada. Una parte integral de esta tendencia regresiva es la locura religiosa que se desata en todos los círculos culturales y sobrepasa todas las manifestaciones comparables en los fragmentos de la historia de la modernización.
Para formular nuevamente un pensamiento claro y cuestionar la ontología como tal sería necesario entender esa ontología como históricamente determinada. Pues sólo así es posible orientar el pensamiento hacia la superación. Las categorías del sistema moderno de producción de mercancías de los siglos XVI al XVIII pasaron a ser consideradas obvias y apriorísticas. La crisis ontológica actual del siglo XXI sólo puede controlarse cuando la historia de la formación de estas categorías no sólo este iluminada en detalle, sino que se reevalúe fundamentalmente.
Esta tarea está, sin embargo, bloqueada por un aparato ideal, que es tan constitutivo para la modernidad como el contexto categorial de su reproducción social. El fundamento de este ideal y de esta rigidez ideológica en su carácter ontológicamente afirmativo está constituido por la filosofía de la ilustración. Todas las teorías modernas también provienen de esta raíz: el liberalismo, el marxismo, así como las tendencias burguesas y reaccionarias contrarias a la ilustración y la modernidad. Por esta razón, todas ellas son igualmente incapaces de formular la crítica categorial y de lograr la ruptura ontológica necesaria.
Las oposiciones entre liberalismo, marxismo y conservadurismo, otrora mundialmente perturbadoras, siempre se referían sólo a determinados contenidos sociales, políticos, jurídicos o ideológicos, pero nunca a las formas categoriales y modos ontológicos de sociabilidad. En este sentido, liberales, marxistas y conservadores o radicales de derecha podían ser igualmente "patriotas", "políticos"y "súbditos", "universalistas andrócentricos" y "estadistas", amantes del "trabajo", de la "ley" y "personas monetarias". Se diferenciaban respectivamente sólo a través de matices en el contenido. Debido a su fundamento común en el pensamiento de la Ilustración, las ideologías aparentemente enfrentadas de la historia de la modernización, en la crisis de la ontología moderna resultan ser un aparato ideológico total en el sentido de una persistencia conjunta en esta ontología a cualquier precio.
La constatación que repiquetea ocasionalmente en el discurso posmoderno desde los años 80, de que las ideologías de izquierda, derecha y liberal habrían llegado a ser alternativamente elegibles, evidencia el fundamento oculto que les es común. De la misma manera, hoy el neoliberalismo se ha asumido como ideología de crisis en todo el espectro político de manera suprapartidaria, con variaciones mínimas. El pensamiento posmoderno, sin embargo, se ha limitado a establecer esta intercambiabilidad fenomenológica y superficialmente, sin cuestionar críticamente la ontología subyacente de la modernidad. En cambio, se quiere evitar el problema ontológico rechazando cualquier teoría relacionada con él como una reivindicación dogmático-totalitaria, como si el asunto no fuera un problema real de reproducción social, sino meramente teórico. De esta manera, las categorías básicas del sistema moderno de producción de mercancías no son criticadas, sino que simplemente se evaden, sin poder, sin embargo, escapar de ellas en la práctica social. El postmodernismo también resulta ser una parte integral del aparato ideológico total y, a pesar de las afirmaciones en sentido contrario, también un derivado de la filosofía de la Ilustración.
En el siglo XVIII, el pensamiento de la Ilustración justificó explícitamente, formuló, consolidó y dio legitimación ideológica a las categorías de ontología moderna que ya, desde antes, fluctuaban. Por lo tanto, la necesaria ruptura ontológica debe ir acompañada de una crítica radical de la Ilustración y de todos los derivados de la historia moderna de la filosofía, la teoría y la ideología. Si el fundamento es desechado, entonces todo lo demás es desechado. De eso se trata la ruptura ontológica.
Sin embargo, la Ilustración no sólo elaboró las categorías de trabajo, valor, mercancía, mercado, estatidad y política, forma jurídica, universalismo androcéntrico, sujeto e individualidad abstracta como conceptos de reflexión de una ontología social de la modernidad que surgió en procesos históricos ciegos; al mismo tiempo, colocó estos conceptos en un contexto lógico-histórico en el que debían hacerse inexpugnables.
Todas las formaciones de sociedades agrícolas anteriores también tenían su propia ontología histórica; el antiguo Egipto y Mesopotamia, así como la antigüedad greco-romana, el Imperio Chino, la cultura islámica o la llamada Edad Media Cristiana. Pero todas estas ontologías eran en cierto modo autosuficientes; se definían en sí mismas, no tenían que medirse con ninguna otra ontología, y no estaban sujetas a ninguna presión para justificarse. Había referencias a culturas externas en el mismo nivel de tiempo; estos "otros" fueron definidos negativamente como "bárbaros", "incrédulos" o "paganos". Pero tales disposiciones no estaban sujetas a ninguna sistemática histórico-filosófica, sino que aparecían como una delimitación casual, accesorias.
El sistema moderno de producción de mercancías, por el contrario, necesitaba fundar doblemente su ontología diferenciándose de manera reflexiva de las sociedades agrarias pre-modernas; "reflexivo" no posee aquí una acepción "crítica", sino el sentido de la legitimación de sí misma. Fue la compulsión de justificar una nueva pretensión de subyugar, con una correspondientre adaptación, a los individuos, más allá de todas las ontologías anteriores, lo que produjo la filosofía histórica de la Ilustración. Las monstruosas imposiciones del capitalismo, que quieren transformar todo el proceso de la vida directamente en una función de su lógica de valorización, ya no podrían ser justificadas a través de una unión circunstancial de tradiciones
Por un lado, era necesario dar a la ontología específicamente moderna la dignidad de una relación natural objetiva, es decir, transformar explícitamente esta ontología histórica en una ontología transhistórica, antropológica, en humana por excelencia. Por otro lado, esto resultó en la necesidad de colocar todas las formaciones históricas anteriores y todas las culturas no capitalistas simultáneas (todavía en gran medida determinadas por la sociedad agraria) en una relación lógica con la ontología moderna, que ahora tiene un fundamento transhistórico.
El resultado sólo podía ser poner el sello de la inferioridad en todo el pasado. No se trataba sólo de una visión completamente nueva del mundo, sino de un replanteo de todos los valores. En las sociedades agrícolas la gente se entendía a sí misma como hijos de sus padres no sólo en el sentido ontogénico, sino también en el sentido filogenético, histórico-social. Se veneraba tanto a los ancianos como a los antepasados y a los héroes míticos del pasado. La edad de oro estaba en los comienzos, no en el futuro; el óptimo insuperable era la mítica "primera vez", no el "resultado final" de un proceso de ejecución.
La filosofía histórica de la Ilustración no reflejaba críticamente esta visión del mundo, sino que sólo la ponía de cabeza. Ahora se consideraba a los antepasados y a los "primeros humanos" en los comienzos del género como los "hijos menores" filogenéticos-históricos, que alcanzaban la mayoría de edad en la ontología moderna. Todos los estados anteriores aparecieron primero como "equívocos" de la humanidad, luego como etapas preliminares todavía imperfectas e inmaduras de la modernidad, que debia representar el apogeo y la conclusión de un proceso de maduración - el "fin de la historia" en el sentido ontológico. La historia se definió sistemáticamente por primera vez como "evolución" desde formas u ontologías simples hasta formas
superiores y mejores; como "progreso" desde la primitividad hasta la humanidad auténtica de la modernidad productora de mercancías.
Por un lado, las categorías ontológicas histórico-específicas de la modernidad se establecieron transhistóricamente, como si siempre hubieran estado allí. El concepto de ontología en sí mismo apareció como sinónimo de condiciones antropológicas transhistóricas o ahistóricas. Por esta razón, ya no era posible indagar sobre otras ontologías históricas del curso de la historia y determinar sus propias especificidades. En cambio, la Ilustración proyectó las categorías modernas recién constituidas y legitimadas sobre todo el pasado y todo el futuro. La pregunta entonces sólo podía ser: ¿Cómo era el "trabajo", la "nación", la "política", el "valor", el "mercado", el "derecho", el "sujeto", etc. en el antiguo Egipto, en los celtas o en la Edad Media cristiana; o viceversa: cómo se verán y se modificarán las mismas categorías en el futuro? Al adoptar esta caracterización de la modernidad en los términos de la ontología, el marxismo pudo, en cierto sentido, sólo adjetivizar su "alternativa socialista" como acentuación o regulación meramente diferente del contenido en el interior de la misma forma social e histórica.
Por otra parte, en esta proyección las otras sociedades del pasado aparecieron naturalmente como categorialmente imperfectas. Lo que en verdad eran otras ontologías históricas fue tipificado como "inmaduro" en términos categoriales; como las ontologías modernas todavía no suficientemente "desarrolladas" y necesariamente desfiguradas. También todas las sociedades contemporáneas, aún no - o no completamente - comprendidas por la ontología moderna, fueron adaptadas al mismo esquema; también fueron consideradas como "subdesarrolladas", "inmaduras" e inferiores. La filosofía de la historia de la Ilustración así constituida sirvió esencialmente como ideología legitimadora de la colonización interna y externa. En nombre de esta filosofía de la historia y sus esquemas, la subyugación de la sociedad al sistema de la "valorización del valor" -y también de su respectivo "trabajo abstracto" con todas las exigencias intolerables y disciplinamientos- pudo ser propagada como históricamente necesaria y como parte de un cambio para mejor.
El concepto de "bárbaros" tomado de las civilizaciones avanzadas agrarias, surgió como definición peyorativa de la humanidad antigua o contemporánea, no capitalista; la "barbarie" es entendida como sinónimo de una ciudadanía incipiente en el sentido de la circulación capitalista (subjetividad de mercado y forma de derecho) y, con ello, sumisión incipiente a la moderna ontología. No tenemos todavía otro concepto a disposición para caracterizar circunstancias en la sociedad que son destructivas, violentas y desestabilizadoras del contexto social. Marx ya utilizaría críticamente el concepto de "barbarie" relacionándolo tanto con la historia de la formación del sistema de producción de mercancías incluso en la "acumulación original" como con la historia de la desintegración de la modernidad en las crisis capitalistas. La ruptura con la ontología moderna, que se presenta hoy, nos lleva, más allá de Marx, a determinar como barbarie y a destruir desde la base el núcleo de la máquina social capitalista, el "trabajo abstracto" y su composición de disciplina interna y administración humana equivocadamente entendida como "civilización".
Esta tarea de la ruptura ontológica, sin embargo, es compleja y difícil de admitir, comprender y percibir, ya que la filosofía de la historia que fue producida por la ilustratión se legitima de manera paradójica, no sólo afirmativa sino también críticamente. El aparato ideológico fundado por la Ilustración bloquea la necesaria ruptura ontológica precisamente porque fue capaz de moverse en esta paradoja durante mucho tiempo, ha vivido con ella. La crítica liberal-burguesa siempre se refería a las circunstancias sociales que impedían la imposición de la ontología moderna. Tanto en el sentido de colonización interna como externa,se trataba de los residuos
dejados por las formaciones agrarias. Entre estos residuos se encontraban no sólo las viejas relaciones de dominación en forma de dependencias personales, sino también ciertas condiciones de vida que significaban fricción para las modernas demandas de "trabajo abstracto". De esta manera, la mayoría de las fiestas religiosas se extinguieron por la abolición, con algunas excepciones, para proporcionar un camino libre para la transformación del tiempo de vida en tiempo funcional de la valorización del capital.
La Ilustración sólo criticó las formas anteriores de dependencia personal para legitimar las nuevas formas de dependencia cosificada del "trabajo abstracto", del mercado y del Estado. Al mismo tiempo, esta crítica tenía rasgos represivos, porque estaba relacionada con la propaganda de la diligencia abstracta, la disciplina y la sumisión a las nuevas demandas del capitalismo y, junto con la vieja forma de gobierno, también destruyó los logros humanos universales de las relaciones agrarias. Básicamente, los viejos males sólo fueron reemplazados por otros nuevos, a veces incluso peores. Sin embargo, la ideología liberal de la Ilustración logró celebrar el surgimiento de las condiciones modernas desde el principio como una liberación de las cargas feudales y representarse a sí misma como una luz después de la oscura superstición de la Edad Media. La violencia feudal fue denunciada, mientras que el "trabajo abstracto" de la modernidad fue impuesto a los hombres con una violencia sin precedentes, como dijo Marx. El concepto de crítica en general se ha identificado para el liberalismo ilustrado con la crítica de la sociedad agraria, mientras que la modernidad capitalista, con sus atrocidades, brilló como "progreso", aunque en la vida real representó para la gran masa de hombres algo muy diferente: una lacerante regresión.
A finales del siglo XIX y más aún en el siglo XX, el concepto liberal de crítica se trasladó cada vez más a las relaciones internas capitalistas, después de que la sociedad agraria prácticamente se hundiera con sus estructuras de dependencia personal. Por supuesto, no se trataba de una ontología moderna y sus categorías, sino sólo de superar contenidos y estructuras antiguas con otras nuevas en el mismo terreno ontológico. El sistema de producción de mercancías, es decir, el capitalismo, no es en esencia un estado estático, sino un proceso dinámico de transformación y desarrollo permanentes; pero es también un proceso que ocurre siempre del mismo modo y en las mismas categorías formales. Es una lucha constante entre lo nuevo y lo viejo, pero siempre se restringe a principios nuevos y viejos dentro del propio capitalismo. Para el concepto liberal de la crítica, el principio capitalista antiguo entra en juego en el lugar del principio ontológico antiguo, o sea, en el lugar de las relaciones sociales agrarias feudales que se vuelven irreales. La ruptura ontológica entre la premodernidad y la modernidad fue sustituida a través de la permanente ruptura estructural en el interior de la modernidad y de su propia ontología. Este proceso de dinámica interna opera bajo la etiqueta de "modernización". Desde entonces, la crítica liberal se ha formulado en nombre de una "modernización de la modernidad" en sus propias categorías.
El proceso de "modernización" permanente en las categorías ontológicas de la propia modernidad experimenta una legitimación adicional a través de una crítica contraria, complementaria e inmanente, que se legitima de manera romántica o reaccionaria. Lo supuestamente bueno "viejo" se conjura contra lo nefasto "nuevo", sin que la ontología moderna sea, sin embargo, objeto de la menor crítica. No se trata de una defensa de la ontología premoderna que prevalece en la sociedad agraria. Más que cualquier otra cosa, el movimiento reaccionario o conservador de la antimodernidad es también una invención de la modernidad y una derivación de la Ilustración.
Se trata de una crítica burguesa al modo de vida burgués, que desde finales del siglo XVIII ha estado cargada de imágenes de una sociedad agraria idealizada y de un sistema de valores pseudofeudales, similar al liberalismo opuesto, que está cargado con los ideales y el sistema de valores de la circulación capitalista ("libertad" del sujeto autónomo integrado en el mercado, etc.). Pero los ideales pseudoagrarios fueron formulados desde el principio en las categorías de la ontología moderna, no contra ella. No tenían nada que ver con ontologías premodernas reales; eran ajenos a ellas. Así como el romanticismo contribuyó al nacimiento de la individualidad abstracta moderna, el conservadurismo y sus versiones más radicales del pensamiento reaccionario se convirtieron en propagandistas del nacionalismo moderno y de su legitimidad etno-ideológica racista y antisemita. En el ethos del trabajo protestante y el darwinismo social siempre hubo una reciprocidad de conservadores y reaccionarios con el liberalismo que se remonta a las raíces comunes en el pensamiento de la Ilustración.
Cuanto más empalidecida era la referencia del pensamiento conservador y reaccionario a la idealizada sociedad agraria, más nítido necesitaba ser su posicionamiento en el interior de la moderna ontología y de su dinámica. En este contexto, la corriente reaccionario-romántica siguió el mismo camino del liberalismo, pero emitiendo signos contrarios. Por un lado, la crítica liberal, como protectora de un nuevo capitalismo, defendía una permanente "modernización de la modernidad" en las relaciones internas del capitalismo; por otro lado, la crítica reaccionaria y conservadora, protectora del viejo capitalismo, respondía denunciando un sentido amoralizante y desintegrador contenido por el nuevo capitalismo.
Una vez que esta polaridad inmanente marcaba, sin embargo, el mismo campo ontológico, su oposición inmanente formaba al mismo tiempo un blindaje de este campo contra una posible metacrítica. A partir de las demandas intolerables a los seres humanos, del malestar y del potencial destructivo del sistema moderno de producción, se creaba una tensión creciente que podía ser permanentemente conducida o desviada hacia el movimiento interno de la oposición entre progreso y reacción, entre liberalismo y conservadurismo. La destructividad de la modernidad debería ser sanada por el último impulso de "modernización" ("progreso"), o, por el contrario, domesticada por la adhesión a la situación presente de la modernidad dirigida contra su propia dinámica interna ("conservadurismo" o "reacción"). Y precisamente por eso se bloqueaba la crítica de la ontología social e histórica subyacente a esta oposición.
La oposición interna a la burguesía representada ora por el liberalismo, ora por el conservadurismo o por la reacción romántica, no constituyeron, sin embargo, el único bloqueo a una crítica de la ontología moderna. Además de éstas, se desarrolló una segunda ola de crítica en el interior de esta ontología que se superpuso a la primera. Esta segunda ola fue sostenida, por un lado, por el movimiento de trabajadores y, por otro, por los movimientos de liberación en la periferia del mercado mundial, de los cuales forman parte la revolución rusa y los movimientos y regímenes anticolonialistas. En todos estos movimientos históricos se elaboró oficialmente una crítica fundamental del capitalismo que se articulaba en muchos aspectos mediante el recurso a la teoría de Marx. Sin embargo, también esta segunda ola se limitó fundamentalmente a la moderna ontología del sistema de producción de mercancías y, con ello, a sus categorías; el retorno a Marx se restringió a la observación de los componentes de esta ontología que persisten en el propio Marx, mientras quedaron enmudecidos o se ignoraron todos los demás momentos de su teoría que iban más allá.
La razón para el fenómeno histórico de esta segunda ola de crítica afirmativa, que se superpuso a la oposición en el interior de la burguesía, debe ser buscada en el problema descrito por la teoría de la historia y por las ciencias sociales como "no-simultaneidad histórica" -o "asincronía histórica"-. La ontología moderna no se desarrolló estructural o geográficamente de manera uniforme, sino en fases discontinuas.
En los países de Occidente que dieron origen al sistema de producción de mercancías, sólo se formaron inicialmente algunas categorías, mientras que otras permanecían "subdesarrolladas". Esto se aplica sobre todo a la forma del sujeto moderno, la individualidad abstracta, la forma jurídica asociada y la forma política. La Ilustración y el liberalismo aún no habían podido pensar completamente en estas categorías como abstractas generales, igualmente válidas para todos los miembros de la sociedad. El universalismo, formulado primero de manera teórica, se rompió, a continuación, frente a los estratos sociales; a toda costa, iluministas y liberales querían localizar "al hombre" de la ontología moderna sólo en la elite masculina. La masa de asalariados y asalariadas era sometida incluso a la disciplina del "trabajo abstracto", pero quedaba al margen del territorio ontológico desde el punto de vista jurídico y político. Para que la ontología moderna pudiera ser concluida objetivamente y no personalmente, ella necesitaba ser generalizada. Sólo con la integración política y jurídica era posible hacer perfecta la sumisión categorial de los seres humanos.
A partir de esa constelación, el movimiento obrero en Occidente asumió la función específica de la modernización de la modernidad, que consistía en la lucha por el reconocimiento de asalariados y asalariadas como sujetos integrales dentro del derecho, de la política y en la participación en el Estado (derecho de voto , libertad de asociación y de reunión, etc.). Con ello se bloqueó la crítica categorial también por ese flanco. En vez de la ruptura ontológica, el movimiento obrero completó la entronización de la ontología moderna. Él asumió en parte el papel del liberalismo en la medida en que universalizó, en la práctica real, ciertas categorías modernas. El liberalismo se mostró incapaz de ello y reveló, en cierto sentido, un aspecto conservador. En consecuencia, el movimiento obrero acusó al liberalismo de traición a sus propios ideales y asumió él mismo los ideologemas esenciales de la ilustración, incluyendo aquellos propios a la ética protestante del trabajo.
La moderna ontología del sistema de producción de mercancías, también implica una precisa relación de género. Todos los momentos de la vida y de la reproducción, que no pueden ser comprendidos por las categorías capitalistas, sean materiales, psicosociales o simbólico-culturales, asumen una connotación simbólica y son en la práctica delegados a las mujeres mediante todos los desarrollos históricos e internos a esta ontología. El reconocimiento de las asalariadas -y, en general, de las mujeres- en la sociedad burguesa como sujetos en el sistema jurídico y en la vida política -negado por la mayoría de los filósofos de la ilustración- poseía validez restringida incluso después de la segunda ola de la crítica inmanente: por un lado, se movían en las esferas oficiales de la sociedad, pero al mismo tiempo mantienen un pie "del lado de afuera" porque necesitan representar los momentos de disociación y no integrados de manera sistémica. En este sentido, la ontología moderna no se constituye en una totalidad cerrada, sino en una totalidad quebrantada y contradictoria en sí misma, mediada por la "relación de disociación" manifestada en las relaciones de género (Roswitha Scholz). Para corresponder a la relación estructural de disociación en el contexto de la ontología moderna, el reconocimiento burgués de las mujeres debe ser mantenido de forma imperfecta e incompleta. El individuo abstracto, como valido, es, en realidad, dotado de masculinidad, de la misma forma que el universalismo abstracto es androcéntrico exactamente por eso.
En gran escala se repitió la dialéctica afirmativa del reconocimiento burgués en los movimientos de la periferia por la independencia nacional y la participación autónoma en el mercado mundial. En este caso, la crítica del capitalismo se basó esencialmente en la estructura de la dependencia colonialista y post-colonialista hacia los países occidentales más desarrollados, pero no en las categorías sociales básicas. Aquí también se trataba de un reconocimiento perfectamente asentado en la ontología moderna, pero no en su crítica y en su superación. De esta forma, tanto la revolución rusa como la china y los posteriores movimientos de liberación en el hemisferio sur asumieron una función en el marco de la modernización de la modernidad, que consistía en la formación atrasada de economías y Estados nacionales en la periferia. En consecuencia, también este movimiento histórico necesitaba estar basado en las idealizadas categorías de la modernidad y en su legitimación a través de la ilustración, manteniéndose preso, por lo tanto, al universalismo androcéntrico.
La no-simultaneidad en el seno de la moderna ontología produjo un desnivel del desarrollo en términos geográficos o en el interior mismo de cada sociedad, que reclamaba un posicionamiento tanto de la crítica aparentemente radical como de la crítica liberal y de la ilustración. El movimiento obrero de los países occidentales, las revoluciones del Este y los movimientos de liberación del hemisferio sur sólo representan variantes distintas de una "modernización atrasada" en el contexto de esa desigualdad. Se trataba de ascender al sistema de producción de mercancías, y no de salir de esa ontología histórica. Esta opción podía ser positivamente ocupada por las nociones de "progreso" y "desarrollo", mientras que el sistema mundial como un todo daba espacio para una subsiguiente "modernización de la modernidad".
Este espacio para el desarrollo ya no existe. En la tercera revolución industrial, la ontología moderna se enfrenta a límites históricos. Se vuelven obsoletas incluso las categorías en las que transcurrió el progreso total de modernización, como muestran con claridad el "trabajo", la nación y la política. Con ello expiró también la no simultaneidad en el interior del sistema de producción de mercancías. Pero esto ocurrió no porque todas las sociedades de este mundo habrían alcanzado el más alto nivel de desarrollo moderno o porque se hayan nivelado las pendientes o, aún, porque se ha alcanzado una positiva simultaneidad planetaria en niveles equivalentes. La no simultaneidad expiró en razón del hecho de que el sistema de producción de mercancías esta hundiéndose en la crisis ontológica. Sea cual sea el nivel de desarrollo alcanzado por las sociedades en particular: todas ellas son atrapadas en la misma medida por la crisis ontológica o categorial.
Las diferentes sociedades se encuentran todavía en situaciones totalmente diversas en los planos material, social, político, etc. Muchos países sólo están en los comienzos del "desarrollo" moderno; otros están empantanados a mitad de camino. Pero la pendiente no moviliza ninguna dinámica adicional de "modernización atrasada". Ésta implica, por el contrario, una dinámica de barbarie. La crisis ontológica produce una simultaneidad negativa, una "decadencia en términos mundiales" de las categorías modernas, que transcurre sucesivamente bajo condiciones infranqueables de desigualdad. No existe vuelta a la antigua sociedad agraria, pero, una vez ocurrido, el desarrollo en las formas ontológicas modernas pasa a ser desmontado. Las industrias, en ramas enteras, se paralizan; cada continente está librado a su suerte en esta descomposición; e incluso en los países centrales de Occidente, la crisis creciente pasa a ser sólo administrada sin perspectiva de cambio de curso.
Por todas partes y en todos los niveles de la agotada ontología capitalista, la crisis afecta no sólo a las categorías capitalistas, sino también a la relación de disociación determinada por las cuestiones de género. Las relaciones de género quedan también "fuera de control"; se vuelve frágil la identidad masculina de la subjetividad completa y unidimensional de trabajo abstracto, derecho, política, etc. Se descompone en una situación de "salvajamiento" (Roswitha Scholz), que se convierte en un componente integral de la tendencia a la barbarie y libera nuevos potenciales de violencia gratuita contra las mujeres. La barbarie ya no puede ser siquiera detenida a través de un mero, impotente y ya fracasado reconocimiento inmanente de las mujeres: eso sólo sería posible mediante la ruptura ontológica con la totalidad del campo histórico de la modernidad capitalista, en la que es inmanente la relación de disociación determinada por las cuestiones de género.
En todo lugar, la misma crisis ontológica paraliza la crítica aún más que antes. La crítica socialista del capitalismo, inmanente en sus categorías y afirmativa ontológicamente, posee paradigmas oriundos de la no-simultaneidad; ella está tan profundamente arraigada que nada más puede ser pensado. La reiteración fantasmagórica de sus concepciones cae en el vacío porque no se alcanza el nivel exigido de la crítica categorial y de la integral ruptura ontológica. De cierta manera, se volvieron conjuntamente reaccionarios el liberalismo, el conservadurismo y el marxismo tradicional. Las ideologías de la modernización se descomponen y se mezclan entre sí. La ilustración y la contra-ilustración se convierten en idénticos. Hoy existen comunistas antisemitas y liberales racistas, iluministas conservadores, socialistas radicales de mercado y utopistas sexistas y machistas. Los movimientos sociales recientes se muestran hasta ahora impotentes ante los problemas de la crítica ontológica y de la simultaneidad negativa. Aunque las presuposiciones heredadas del pasado son distintas, estos problemas sólo pueden ser formulados y resueltos como problemas comunes de una sociedad planetaria.
Traducido del alemán al portugués por Marcos Branda Lacerda. Traducido del portugués al castellano por Urbano Lanza.
Original DER ONTOLOGISCHE BRUCH. Vor dem Beginn einer anderen Weltgeschichte in: www.exit-online.org/. Comunicación al Seminario sobre Roberto Schwarz en S. Paulo, agosto de 2004. Texto en portugués incluido en una colección de las comunicaciones: UM CRÍTICO NA PERIFERIA DO CAPITALISMO, S. Paulo, 2007.